Sentado hacia el vacío del abismo
de la negra muerte,
hacia donde la vida dirige, no sin
vértigo, los ojos vidriosos,
oigo el run run del viento que bufa violento desde la tierra
hacia cielo,
y aprieto entre las arteriales
manos un odre lleno con el vino de la indiferencia.
No lo bebas, murmura un jamelgo a
mis espaldas.
Pero lo que no ha de caer por el
abismo cederá desde los labios;
las manos ya tiesas de la amargura.