De tu boca rota, abierta por las manos de Cátulo,
mana de la furia helénica a la fractura de los trovadores
provenzales,
como el cielo callado, gris de lepra divina,
el grito aborigen aboliendo las condiciones terrestres,
un desgarrado beat de Whitman,
el hierro caliente latinoamericano.
¿Hacia dónde van todas esas piezas de ajedrez?
El verdugo las persigue con fatiga,
olvidándose muerto por las muertes circulares.
Oh, señora, las hemos olvidado, ya no pregunte por esa madera
rebelde.
Yo, de pies sumisos, fatigaré el olvido;
detrás de alguna de sus puertas me espera
un invierno tronchado.
La serpiente buscaba la boca de Cristo.