Yo que desarraigo los caminos echados a las lágrimas,
que aflojo los
tornillos de la luna, oxidada de parvos ojos,
de gritos para arriba, de agua
estancada en los osarios,
yo que lato con el hígado en una pica, con los
nervios cimbreados por las eras,
ojeo la fiebre y la levanto del manual a la
carne, levanto el rayo a la boca de la expresión,
friso la soledad hasta la
cerviz, muerdo mi puerta, pateo el aullido de las manadas,
fluyo por la tinta
amarilla, de enfermedad amarilla, verde o lapislázuli,
¿Acaso a los gatos en
los umbrales les importa?
¿A los amantes por sangre expulsados?
¿A los que del
día han hecho un nido?
No. No interesa si dreno la leche de la cabra soberbia o
si golpeo mis ojos con el séptimo signo de septiembre. Creer es fe ciega o amor
que fluye. Ser es eso que besarán nuestros hijos en la boca de sus segaderas y
sobre nuestras tumbas.
-Amor es
ceniza.