Abandonado
ya hasta por el odio de mis enemigos escurro/
entre
las hormigas que se llevan el pan/ las manos
extrayendo
de sus arterias hiel, carbón. Tristeza también.
Hundida
la cabeza llorosa y sucia en el vientre de una salamandra
dejo
al centinela del invierno robarse el fuego: mi fuego;
ira
que amasé en noches espejadas de hoz y guasca,
lunas
indomables que desangré con las uñas..
Ido
todo, hasta la mano tropieza, indecisa.
¿Qué
palabra pondré aquí para triturar las soledades?
¿Con
qué palabra morderé la hoja?
¿Con
qué palabra abriré mi grito?
De
mis ojos la pena ha hecho una huerta:
Día
tras día su olvido, lector, cultiva en ellos alguna que otra lágrima.