Había
una historia nunca contada,
una
historia con piel y carne y nervio y sangre.
Cabellos
de trigo o cobre
le
fundían el rostro.
Abrían
los dedos para repasarla:
Tigre
oculto o estrella voraz, echada sobre la respiración del día.
Nadie
creía en su simpleza, ni siquiera yo.
Lo
rojo y lo raudo se le descollaban en el cuerpo,
quebraba
explanadas con las pestañas.
Un
día, un día solo, quise explicarla:
Las
efigies me comieron las manos.
El
poema pesa, pesan tus ojos,
pesa
la luz, el ojo, tu ojo de arrebato,
pesa,
cristal exangüe,
pesa la lengua:
carne que
me concentra la boca en señera mentira.