A
morir llama la vida,
abren
capullos en Oriente con el sol de espaldas,
mallaeöllus,
y mi espalda
sabe
que sobre ella se han jugado malas cartas, marcadas,
usando
como distracción a la bonita mesera que traía la cerveza.
Durante
el verano, el recuerdo de un nemoral raya
con
oro un brazo caído del sol,
y
ella me explica que juega con la última mariposa,
y
le digo que amor no sabe jugar,
le
pido que lo olvide,
pero
su dedo tendrá un ojo siempre en el bosque,
se
convertirá en piedra,
y
solo la locura del viento podrá cambiar su belleza.
No
he sido nada, ni lo seré,
moriré
sabiéndolo.
En
los extremos de mi yugo, a través de las gamellas,
se
refleja un duplo espejo con un tercer llanto
esquinado
hacia la desolación septentrional
donde
me aguardan, solo y solamente, días de hulla y de hierro.
Fábulas
de miseria y carneado orgullo,
solo
he tratado de explicarte
que
al llamado
lo llama uno.