Míralos,
tendidos sobre sus heridas,
lisonjeando
cadáveres de perros;
se
seducen a sí mismos con horror y locura,
del
espejo vuelven a donde no se vieron,
a
donde lloraron mientras su espina se rompía
bajo
los ladrillos.
Míralos,
que no pueden verte:
Vuelan
sobre la vagina lunar,
rayan
sobre bajeles pútridos,
desquician
el puterío de las palabras,
insultan
al águila de hierro.
Míralos,
son los hombres hermosos:
Sobre
sus pieles se extiende la fiebre de toda una era perdida,
sobre
sus cabezas estalla la rabia de siglos violados,
sobre
sus hombros descansa la sangre de las semillas fusiladas,
en
su pecho late el amor arrancado por dioses infieles.
Son
ellos, los hombres hermosos, míralos, míralos siempre:
su
memoria está ciega, no pueden verte,
y
lloran su lechosa memoria sobre los osarios y las trincheras:
oh,
hermosura de tierra, de aljibe tronando.
Sólo
se preguntan, en días de pájaros opacos,
en qué momento los olvidaste.