Cuando, peligrosamente, me
acerco al amanecer,
pienso severo: conjunto de
abrazos y caricias, oprimidos en la niebla;
el vapor levanta su cuerpo
como diosa luego de la entrega
y los zapatos organizan la
cabeza del silencio,
tac tac,
y camino solo, con lo que
vive bajo el cielo y no me acompaña: solo.
Hay sombras vagas en la
brea: me odian, me escupen al paso,
yo solo pienso en salvar,
con vida pero sin alma, la trampa del alba;
pues ella, en la noche de sábanas
y pieles, me guardó;
pero llegó el alba, y echó
mis huesos a su fosa demencial,
y prefirió quedarse sola,
llorando vino de bello rostro ya olvidado.
Así al amanecer fui
condenado, sin luna cruzada en el rostro,
sin azogarme por las
crónicas fatales, sin monedas en los ojos.
Y me acerco, y entro en él,
y el mundo se despierta:
Mi vigilia fue lo único que
ha mantenido cohesionado al universo,
y me retorna el favor con
gentileza,
me arma como a un poema que
no ha sido acabado
bajo la sombra del hombre
que llora y derrama su tinta al suelo.