21.8.13

El poema que no acaba jamás

Cuando, peligrosamente, me acerco al amanecer,
pienso severo: conjunto de abrazos y caricias, oprimidos en la niebla;
el vapor levanta su cuerpo como diosa luego de la entrega
y los zapatos organizan la cabeza del silencio,
tac tac,
y camino solo, con lo que vive bajo el cielo y no me acompaña: solo.
Hay sombras vagas en la brea: me odian, me escupen al paso,
yo solo pienso en salvar, con vida pero sin alma, la trampa del alba;
pues ella, en la noche de sábanas y pieles, me guardó;
pero llegó el alba, y echó mis huesos a su fosa demencial,
y prefirió quedarse sola, llorando vino de bello rostro ya olvidado.
Así al amanecer fui condenado, sin luna cruzada en el rostro,
sin azogarme por las crónicas fatales, sin monedas en los ojos.
Y me acerco, y entro en él, y el mundo se despierta:
Mi vigilia fue lo único que ha mantenido cohesionado al universo,
y me retorna el favor con gentileza,
me arma como a un poema que no ha sido acabado

bajo la sombra del hombre que llora y derrama su tinta al suelo.