Hermano, ha sido la mañana
inhabitada:
quién nos dijo que sin
desayunos reventaríamos
con voluntad cada pie de vergel?
Habitamos sobre la tierra
seca y furiosa,
Dichin
hastiin se rompe los dientes riéndose de nosotros.
Hermano,
hemos hecho caldo en nuestras manos,
bebimos
nuestro mismo hueso, yo el tuyo, tú el mío,
en
mediodía lacerado por las agujas del tictac errante.
Querido,
apaleado mío, hermano,
me
hubiese convertido en leche las lágrimas
para
dártelas tibias en potes iracundos, cazuelas rojas:
hubiese
hecho de pan mis dedos,
para
no escribirte y cortarlos y delicadamente
servirlos
sobre platos majestuosos que tu imaginación fundiera.
Pero veme aquí, con la espina abierta y los ojos de óxido,
tratando
de decirte lo que no puede decirse:
y ya esto no es un poema,
es un lamento
que el estómago recita en
su guarida oscura.