Mi perro tiembla: Hoy hace frío. En
los vidrios escuálidos de las ventanas se pega un moco blanco y resbaladizo.
Huele a muerte. Hago dibujos en él mientras espero a que la pava hierva: Una
carita feliz, una triste: Mi cara está en mis dedos: Mi tristeza también. Dicen
que el invierno ya no se irá, y tengo miedo. Muevo los dedos buscando esto o lo
otro, como busqué con el cuerpo a través de toda la tierra.
Derramada el agua del ánfora,
roto por el descuido de un inquieto animal mitológico,
veo colgar las gruesas gotas.
No sin furia ni falta de voluntad de vida se aferran a los bordes,
porque la furia es la voluntad del triste, del desesperado.
Hago chasquear la lengua y siento el gusto del poema,
brota como la sangre de una encía herida.
Mi boca es el océano:
Alguien se ahoga, allá, cerca del horizonte negro,
y sus gritos me recuerdan a un beso.
Cierro la boca y abro los ojos:
Una tormenta se inclina.