No es del sueño del que has
despertado, no.
Hecho brotar naranjos de un
charco de vino;
proveyendo:
de la mazmorra sale un
jirón, tortura,
desde el gajo pueden oler
tus heridas, pero,
¿Quién comía naranjas
durante el asedio?
La reina, alimentando su
consorte de caprichosas flores.
A ella apuntaron y ella
apuntó: el dedo como una espada.
¿Qué significará para una
mano ser verdugo?
¿Qué será para una naranja
la condena?
Y los oye de pronto, sus
herraduras partiendo el suelo,
y se yerguen como buenos
corceles del fin del mundo,
orgullosos entre las
mallas, dignos a su mirada:
Reina, has sabido escalar
las vértebras de quienes adoraste,
has sabido abrir el ojo del
ejecutado,
y entre tanta lisonjería
patriarcal y divina,
el mandato te ha acabado:
hincó el deber tus párpados, quemó la flor de tu córnea;
ya no eres ni reina ni
naranjo,
águila herida, velado hórreo
tu cabello antaño adorado.
Saliste hacia el sueño, no
has despertado,
y mientras te aferras a las
extremidades del vuelo
el sueño te aplasta dentro
de tu jaula.