Es
la noche muda y apuras, no sin celo y promiscuidad, las hojas del libro.
Las
sombras en su manida descansan, tratando de olvidar pesadillas
del
hollín causadas; el ahogo y la piedra;
llegará
sin embargo el recuerdo cuando a contraluz se revele Jerusalén:
umbría
nariz tapada por cierta mácula:
El
sagrado grito del látigo que las descarnó arde, ahora, arde en la punta de tus
dedos
por
cada página que pasas:
Bostezan
las sombras y retoman la querencia por la tierra afuera,
abren,
hacia abajo, hacia abajo:
las posibilidades naturales:
la
sal les frecuenta la carne.
Sueños
descendientes; llaman tu sangre de ahora en la noche.
Las
hojas vuelan por tus dedos en llamas
y
el horror de la poesía se te va revelando:
Rosa de Jerichó con el tallo ahogado en vino.
El horror de la poesía se te revela, dado vuelta el reverso de tu vida:
Las sombras preparaban tu tumba.
Ahora tus dedos descansan, apagados, de la tristeza salidos,
y también la última página cae: Un montón de ceniza en el suelo.