2.8.13

Maya

Querida Maya, estaré contigo cuando los piojos adornen tu cabeza,
cuando tu pelo sea la brea con la que ocultes los ojos;
tus ojos, Maya: los miraré hasta que mis ojos se los traguen.
tus ojos de mistela y lluvia; sucio remolino donde desmochaste a la esperanza.
Cuando tu madre te fundió el sexo con un grito
y tu padre lo abrió con un dedo yo era la lava, Maya, ardía, yo era el magma
olvidado, recipiente, que hubiese consumido tu carne hasta el hueso por salvarte.
Pero éramos apenas hijos, querida mía.
Mucho ha sucedido desde aquello, Maya,
tú no me guardas rencor, ¿verdad?

Luz del sol donde estés. Lapidario sobre carne blanca.
Los felices crecen en el moho, sin garras ni sueños.

Estuve contigo, Maya, y seguiré estando.
El chico al que tanto amaste finalmente corrió tras la tarde.
Eras su Syringa, ¿recuerdas? Amaba llamarte así,
como también amaba el lila de tus párpados al golpearlos.
¡Los golpeaba con el mismo fervor con el que los besaba!
Su amor era puro hasta el hueso, puro como el hambre de las hienas:
se fue hacia la tarde. Y tú, en tu habitación sin tarde
lo lloraste como lloran las cascadas.

Grisáceo oráculo sirvió el futuro en tu café.
Cohabitaban, el uno sobre el otro, el martillo y la fiebre.

Querida Maya, hubiese guardado a tu hijo en mi cajita musical,
hubiese puesto sobre su piel de pasa mis labios cada noche,
lo hubiese consagrado a la retina de lo eterno.
Recuerdo la tristeza de tu vientre, fláccido, mustio, acabado.
¡Tanto dolor, Maya! Tus cortos dedos imaginando el desierto en las cortinas,
tu boca de guadaña sonriendo espejos,
tus pies de araña deseando el alma de cada flor…

No hay inscripción ni fuego. El sueño o la idea
se ilumina como el humo rozando la brasa.
Gloria.

Estaré, Maya. Ya no hay cielo ni infierno que te espere, solo yo.
Me doblo como una gárgola para besarte en toda la superficie;
ya todo es tuyo, Maya. Yo estoy, como estuve,
soy el fuego que te espera, soy un ancla en las estrellas:

cuando vuelvas, Maya, seré la tierra donde florecerá tu carne absoluta.