27.8.13

La culpa exige

Al tejido soberbio que un filo ha lastimado
no puede repararlo ya más que la astucia de la muerte.
El culpable lo sabe y esconde la cabeza hirviente
en el útero de su cama.
Tisífone voltea la cabeza. Lo espera mientras hierve agua para un té.

Así, en cenagales clásicos y rutinarias epopeyas,
se disimulan nuestros crímenes, y revientan cada mañana,
cada tarde, cada noche:
Solemos confundirlos incesantemente
con banquetes pródigos, implosiones sexuales, sueños astillados,
que día a día nos regalan con una sonrisa
los aliados de carne que, con cierta culpa,

hemos elegido para matar al mundo.