31.8.13

Mi amiga Venus

El cielo había bajado un poco más,
era como un amante tímido acercándose a la tierra.
Nosotros, entre los trigos que se morían,
luchábamos por arar y doblegar la azada
porque nuestra amiga Venus nos miraba, cruzada de brazos.
Por su misma mesmedad obligaba a los yuyos y a las ranas
a permanecer despiertos.
El molino de sangre había cesado
y los animales muertos se pudrían sobre el lino.
Me acerqué a ella. Creo que reímos un rato:
Jugamos con el pasto y vaciamos la cornucopia:
dulces juegos que desconocían de sí mismos la luz y la alegría.


Hasta que un cuervo se posó, no sin espanto y magnificencia,
en su pardo cabello:
mi padre me gritó que entrara para siempre en la casa.

El tiempo se fue matando a sí mismo,
y yo también fui desgajado de mí en las cíclicas sombras.
Ahora me siento en la madera de la casa vacía
y miro de vez en cuando por la ventana:
Venus sigue de pie, seca, criando cuervos en su pelo,

cuidando una siega donde ya no reposa más que la nada.