Cebados los inquisidores castellanos en una ojeada,
un destello de lucidez prófugo que una negra triste dio,
esa de caderas de mármol, tierra mojada la carne,
esa la guerra civil de trayectoria vital,
raza anfractuosa,
a los castellanos subyugas con el ojo.
Porque son tus uñas de adobe, ribereña animal,
las que marcan, de verdad en verdad, la confluencia
del Uyacali con el Marañón.
Rompe, córnea única, la pragmática geodesia castellana,
corre por su arteria como eres, como de ayahuasca,
liberadora de memorias del caucho explotado.
Sí, en algún siglo. Ya no dan las cuentas para llegar
a la cifra, ¿verdad?
La certeza de los cuerpos desatados, señor.
Ellos saben más.
Arráncales la cabeza, córnea, como chancho salvaje
que el olvido ha transmutado en odio, desatina
los pasos de los bufeos, comanda sus tropas,
abre con sus lanzas de engaño
sus árboles de castellano vientre.
A mí déjame esta gabarra,
que río abajo buscará los anatemas de chamanes fusilados.
En la pólvora quemada ya los dragones de Iquitos.
¿Señor?
Fusilen a los dragones.
¿Señor?
Fusilen a los dragones.