No sabías que te estrechaba
la tristeza en mis colmenas de día,
agua herida te caía del ojo
izquierdo en la mañana, cuando el sol a veces conmigo.
Pocas fueron las que
pasaron por caminos de hielo o gracia
vendiendo frutos
desgraciados, desconocidos hasta para la propia lengua:
lija con la que raspar la
miseria en el beso,
purgar toda desolación
arraigada en el diente.
Así se conocieron las
mujeres de la flota:
sin amor ni esperanza todas
dieron de beber a los hijos del mar esa mañana.
Sólo tú dormiste hasta
ahora,
donde mis manos te
escriben, yaciendo incorpórea, precisa:
No has vuelto a ser jamás
más que aquellas mañanas de agua herida.